La importancia de saber lo que comemos

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La mayoría de las personas afirmamos saber lo que comemos. La frase que escuchamos habitualmente es la que afirma que comemos variado y saludable, pero, ¿es cierto?

¿Sabes lo que comes?

En estos últimos meses, hemos recibido un buen número de casos recurrentes en nuestra consulta de medicina y nutrición de personas que acuden, estando aparentemente sanas, porque no consiguen perder peso pese a realizar deporte de forma habitual y se sienten muy hinchadas. También comentaban tener retención de líquidos y sentirse apretados con su ropa habitual. Además, algunos de ellos presentaba patologías como digestiones pesadas, muchas flatulencias o mal aliento. Antes de continuar, es importante destacar que, en casi todos estos casos, los pacientes afirmaban comer de todo.

En la mayoría de estos casos, el primer paso fue revisar sus análiticas para observar posibles alteraciones en los datos. Aunque las análiticas ofrecían datos que se encuentran dentro de la normalidad, existían ciertos elementos que es interesante destacar. Por ejemplo, las transaminasas se encontraban en su límite alto y otros valores que, aunque estaban dentro de la normalidad, no estaban en unos valores normalizados. Muchos de estos pacientes llegaron a la consulta después de pasar por la consulta de su médico habitual y que este hubiera descartado diversos problemas al examinar sus análiticas.

Tras comprobar que algunos valores de las análiticas se encontraban en sus límites, procedimos a preguntar a los pacientes si estaban sufriendo dolores de cabeza o mareos esporádicos. ¿La respuesta? La mayoría afirmó tener ambos sintomas con frecuencia. Además, estos pacientes mostraban leves signos que podrían indicar que se encontraban algo deshidratados. Por ejemplo, sus labios estaban resecos y el pelo estaba seco, sin brillo y con un índice de caída superior al habitual.

Comida sana y saludable

Las primeras pruebas

Una vez más, debemos tener en cuenta que todos afirmaban ser personas a las que les gusta comer de todo (verduras, carnes, frutas, pescado, cereales…) y de forma equilibrada. Sólo algunos admitieron tener cierta debilidad por los productos lácteos. Pues bien, con estos datos, empezamos a dar los primeros pasos. A todos los pacientes se les pidió que, durante la semana siguiente, apuntaran de forma metódica todos los alimentos que tomaron durante esos días. Los apuntes debían indicar las cantidades y pesos de cada alimento dentro de lo posible.

Al analizar los datos de alimentación obtenidos tras esa semana, destacan varios casos interesantes. Uno de los pacientes comía legumbres una vez a la semana o cada quince días, pescado una vez a la semana, verduras de forma habitual pero siempre las mismas (brocoli, zanahoria, judía y cebolla). La carne que ingería se limitaba a pollo y huevos, excluyendo por completo cualquier otro tipo de alimento cárnico. En lo que respecta a la fruta, pese a que la paciente afirmó que le gustaban todos los tipos y variedades de fruta, sus datos indicaban que solo tomó tres manzanas en toda la semana. Sin embargo, abusaba en exceso de los lácteos (yogurt, queso, leche, etc.) y los incluía constantemente en su alimentación.

¿Esto significa que los pacientes mintieron en la consulta al afirmar que seguían una alimentación variada y saludable? No. Su problema era el desconocimiento. Cuando la paciente vio sus propios datos al finalizar la semana, comprobó por sí misma que su dieta no era tan saludable cómo creía y que la variedad de alimentos que ingería era bastante reducida. Uno de los resultados evidentes de esos datos fue que la pacientes desayunaba, merendaba y cenaba lácteos como alimento principal, obviando por completo el resto de alimentos necesarios para garantizar una dieta completamente saludable.

Hay que saber lo que comemos

Tras hablar con ella en la consulta, a la paciente se le propone realizar un cambio nutricional incluyendo en su dieta diaria una serie de recetas adaptadas a sus gustos pero aportando variedad e innovación. Por ejemplo, se le ayudó a abandonar la idea de que tomar legumbres estaba ligado, únicamente, al potaje o las lentejas, y se añadieron nuevas recetas con nuevos sabores y texturas que la paciente recibió con los brazos abiertos al eliminar la monotonia de su alimentación semanal respetando sus gustos.

Después de quince días, la paciente empezó a notar resultados positivos en su cuerpo. Un mes después, esa mejoría también quedó demostrada a nivel clínico mediante una nueva análitica cuyos valores estaban más normalizados. Además, desaparecieron sintomas como los labios resecos , el pelo sin brillo y también se redujeron sus digestiones pesadas casi por completo. De ahí la importancia de saber lo que comemos con certeza.

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